Al reconocer y aceptar mi propio dolor, pude reconocerme a mí mismo en mi comportamiento. Escribí, tomé fotos. También discutí con amigos, me reconcilié, lloré y reí. Viví abiertamente y con confianza mi autoconcepto a pesar de sus defectos. Logré observar mis propios procesos de manera crítica pero comprensiva, y reconocí las vulnerabilidades que alimentan mis emociones e influyen en mi comportamiento y en el de los demás. En mi propio sufrimiento, descubrí comprensión y, por lo tanto, perdón tanto para los demás como para mí mismo, lo que me libera del dolor y fortalece mi autodeterminación.

Reconozco que tengo un fuerte egocentrismo en cuanto a los motivos de los demás cuando me causan un daño perceptible, sin considerar completamente sus verdaderas razones y dificultades. Reconozco que he cometido errores, he herido a personas y me he engañado a mí mismo al respecto. Reconozco que he prestado más atención al dolor que a mi ira. Asumo la responsabilidad de cómo lidiaré con estos conocimientos.

Sin embargo, ya me siento mucho mejor. Incluso mis breves picos emocionales negativos que casi regularmente experimento al relajarme antes de dormir, que durante muchos años he logrado suprimir en segundos, no han aparecido en absoluto en los últimos días. Esto también se aplica a otros picos emocionales que generalmente siento en ciertas situaciones. El sentimiento viene, lo nombro y al hacerlo, se vuelve "seco". La próxima vez que llega, no sucede en absoluto porque mi cerebro no recibe una recompensa por interactuar con él, sino una recompensa por reconocerlo y clasificarlo conscientemente.

He hecho esto antes, pero debido a las tensiones internas y mi TDAH, controlar mis impulsos ha sido más difícil para mí, lo que también afectó mi compromiso consciente conmigo mismo. No trato de excusar los errores, sino de desactivar su componente emocional para crear espacio para un pensamiento constructivo.